Entre el vivir y el sobrevivir

lunes, 31 de mayo de 2010

La culpable




Algo se muere en el alma cuando un amigo se va...

Sé que ella será la partícipe de nuestra separación. Por más que he intentado evitarlo poniendo todo de mi parte es ya casi un hecho consumado: mañana te diré adiós.

No puedo olvidar tu ayuda en innumerables ocasiones, siempre a mi lado, formando parte de mí. Pero algo he debido hacer mal, seguro... y, claro, no puedo evitar pensar si es ella o soy yo la culpable de la despedida.

Pasa el tiempo y todo se deteriora, ¿cómo podría ser diferente en nuestro caso? Llevo todo el día pensando cuál pudo ser mi error, aunque sepa que ya nada puedo hacer, aunque sienta el dolor y el cansancio. Me he tenido que atiborrar de pastillas en previsión de lo que me espera y tengo la mente un tanto torpe y el cuerpo machacado.

Un pañuelo de silencio a la hora de partir...

Tú te irás con sangre fresca, entre sus manos, y yo me quedaré con el pañuelo, el sudor y las lágrimas. Después... no sé que será de mí, ni de ti: el tiempo pone todo en su lugar, dicen, espero que acierten y no te eche tanto de menos como ahora mismo vaticino.

O quizás no, últimamente sólo me dabas quebraderos de cabeza, dolor, rabia, impotencia... así es que no sé, igual es lo mejor, para mí seguro. Te has pasado mucho, reconócelo, con lo que te mimaba, te cuidaba, te quería, no me has dado más que sinsabores...

¡Qué coño de pañuelo! Mañana cantaré el aleluya en cuanto te arranquen de mi lado. Que sí, que estaré dolorida, que seguro que en unos días ni como... pero no veas qué liberación. ¡Por fin libre de ti!

El barco se hace pequeño cuando se aleja en el mar...

¡Ja! ¿Cómo que pequeño? Espero que se haga minúsculo de manera exponencial y que, cuanto antes, no me quede más que la inevitable huella de tu paso por mi vida. De cualquier modo me plantearé buscar una sustitución, esta vez elegiré con cuidado, no sea que me salga el tiro por la culata.

Por la culata no sé, pero que esta vez no pienso pagar un duro está claro...

... mañana, por fin, me sacan la asquerosa muela culpable de mi malestar en los últimos días.

¡Soy feliz! (Y estoy acojoná... espero que ella, la dentista, se porte bien)

Elu

El peso de las sombras




Hay días que amanecen con peso en el alma...

Nunca estamos conformes con lo que tenemos, ni con lo que nos entregan. Si no te llaman o dan señales, estás triste, o preocupada, o enfadada... y si lo hacen te parece que cuelgan demasiado deprisa, que se escaquean en el momento que muestras más intimidad... Y, claro, luego tienes pesadillas en las que el teléfono te ahoga mientras le ves con otra en múltiples situaciones.

Hay noches en las que los fantasmas del pasado se presentan en fila de a dos y eres incapaz de exorcizar.

Y así, con el cansancio de un descanso que no ha llegado, te levantas con el corazón en un puño, que decía mi madre, los ojos que no quieren abrirse, porque no quieren ver la realidad.

Hay días, como el de hoy, que hubiera sido mejor tachar del calendario.

Elu


domingo, 30 de mayo de 2010

A otra cosa, mariposón



Siempre he sido contraria a la moderación de comentarios. El simple hecho de estar escribiendo esto me fastidia, más que nada porque soy consciente de que es una justificación.

Ya, sé que muchos de vosotros me díriais que no es necesario, pero es que yo sí lo necesito.

No hace mucho, comentaba en cierto blog que me negaba a mí misma el derecho a moderar. Y así es. Desde ayer ha habido unas cuantas personas que me han indicado que sería conveniente que lo hiciera, más que nada para evitar estar todos los días con tonterías como las que ha habido.

Que critiquen detalles de un blog, la forma de escribir, lo que se dice es una cosa, pero que encima salga la víbora de turno intentando crear una nube de humo con la intención que sea (ni siquiera me voy a molestar en aclararlo) ya pasa de castaño oscuro.

Estoy enfadada, sí, y no por los comentarios o las puñaladas que ha intentado asestar el mitómano de turno, sino porque ha conseguido lo que siempre me negué. ¡Y eso me jode un montón!

Pero como para muestra me sirve un botón y no me apetece que salgan en manada los bichos posibles (la calaña) voy a moderar mensajes. No quiero que nadie se sienta incómodo.

A ti, que tienes la valentía de decir sandeces amparado en un nick que no me dice nada, te diré que eres tan ruin que se me dispara la imaginación y no puedo sino desear pisarte la cabeza como lo que eres: la víbora que siempre me siguió.

Antes me ha dicho alguien:

- Que le folle un pez.

- Sí, he contestado yo, pero que tenga espinas.

Se me ocurre un siluriforme, o un gran pez espada. ¡Qué gustirrinín!

Bromas aparte, lo que no permitiré es que nada de lo que digas, querido Iker, vuelva a afectar el ritmo de mi blog, un lugar sin pretensiones con el único interés de escribir para ciertas personas que, por lo que veo, van aumentando poco a poco.

En cuanto a ti, espero que tu veneno no te haga más pupita, que ya tienes lo tuyo.

Y dicho esto:

A otra cosa... mariposón.

Elu

sábado, 29 de mayo de 2010

El lunes secretaria nueva




Evoco aquellas noches furtivas en las que, mintiendo a mi mujer, no volvía a casa a dormir. A ella no la quería y "la otra" me hacía vivir, por algunas horas, pequeños retazos de lo que podría haber sido la felicidad, en retales de otra vida posible, dosis donde se mezclaban lo prohibido y lo placentero… lo mejor a obtener. Hice una elección en su día y soy consciente del precio que pagué por el error. Tomé el camino más fácil, como siempre, como todo lo que he hecho en mi vida. La senda menos arriesgada, porque siempre he sido cobarde y enemigo de las emociones magnificadas en un sentido o en el otro. Recuerdo que en mi adolescencia, tendría yo como quince años, mi padre me dijo hablándome con un tono diferente al que había utilizado antes conmigo:

- Chaval, se te está acabando el tiempo de las bromas, ahora te empieza la vida.

Ese mismo día me regaló la corbata que me puse el domingo siguiente para ir a comer a casa de mis tíos. A partir de ese momento me convertí en la recreación del aburrimiento y la mediocridad que he sido para los restos.

*

Era diferente y descarada. Me gustó desde su primera palabra y le propuse salir juntos “como novios”, como se hacía entonces. Tendríamos una relación formal con todas sus consecuencias. Lo hice porque sabía que me iba a decir que no, porque, en el fondo, temía a esa mujer. A veces pensaba que era como el tabaco, que me podía gustar mucho al principio, luego llegar a habituarme a ella, pero que, al final, me haría pagar de alguna manera, y con algún desastre, su consumo prolongado. Además, y esa era en realidad la razón principal, a mi familia no le gustaba por una razón de peso: tenía fama de ser, lo que se llamaba entonces, una persona excesivamente liberal, "demasiado moderna", que decían ellos.

Me casé con una mujer muy recta. Ella pensaba que estaba de acuerdo con los tiempos y decía que en una casa las decisiones debían ser todas compartidas. Así empezó a dirigirme poco a poco, a anularme a mí que, con mi carácter ya débil, venía de una familia donde los hijos éramos como alumnos de una escuela con normas rígidas. Antes sólo me podía dirigir a mi padre pidiéndole permiso para hablar, era inconcebible iniciar una conversación sin decirle “¿Padre, le puedo decir una cosa?”, para que él te mirara de arriba abajo con una descalificación previa estampada en los ojos y te diera el visto bueno. Ahora ella me concedía permisos tácitos en los que yo intentaba (infructuosamente) convencerla sin que hubiera en su rostro ninguna expresión reprobatoria. Bueno… en realidad sería más correcto decir que no había expresión alguna en su faz, salvo esa frialdad que la acompañaba siempre en esos (y otros) momentos.

Mi matrimonio era una rutina propia de una planificación, de un ministerio. Ella era funcionaria. Mis tareas eran pasar el aspirador los sábados, pasear al perro cada día, el mantenimiento del piso, y trabajar, claro está. Para ella el sexo era muy importante en una pareja, se había preocupado de ponerse al corriente con profusa literatura y parecía un manual. Habría sido una digna guionista de pornografía sofisticada si se lo hubiera propuesto, pero la ternura no la conocía.

Desde mi boda había flirteado dos veces, en el trabajo, con secretarías mucho más jóvenes que yo. Siendo el segundo de a bordo en una empresa mediana, eso era sencillo. Las deslumbraba con el dinero, las llevaba a cenar a mi ruta particular de los cuatro o cinco restaurantes más caros de la provincia, les hacía regalos caros… a la segunda incluso le llegué a pagar un apartamento durante casi un año. Me enamoraba muy fácilmente, lo hacía de todas las mujeres presentables de mi entorno cercano. Las amaba unos días, unas semanas o como máximo unos meses. Les prometía todo, sin mentir, porque sinceramente pensaba en dárselo, hasta que llegaba el momento en que el miedo a perder lo establecido, imaginándome la sucesión de quebraderos de cabeza y de inconvenientes que me implicaría el abandonar a mi digna esposa, me paralizaba. La imagen de mis padres, de mis vecinos, de mi hijo, de los amigos señalándome con el estigma de la culpa, me asustaba, rompía con todo y, durante un tiempo, me encerraba en casa sin hablar con nadie, sólo con mi perro en mis largos paseos nocturnos.

No quería a mi mujer ni a mi hijo, como no había querido ni a mis padres ni a mis hermanos. Me sentía bien por mi posición social y para recrearme me entretenía pensando en amigos míos de mi edad, o de mi promoción en la universidad, que no habían alcanzado mi estatus ni de lejos. Pero sentía asco de mí mismo por no haber sido nunca valiente. Me sentía menos hombre que los demás, como cuando en alguna situación violenta, siendo yo un niño, temía siempre que los otros chavales me pegaran. Temía el dolor físico como el disturbio de lo cotidiano, pero al mismo tiempo, para completar mi repugnante retrato, mentía y, a escondidas, buscaba bosquejos de satisfacciones que “legalmente” no me estaban permitidas.

**

Y un día me reencontré con “la otra”.

Hacía años que se había separado y ahora volvía a estar sola. Con ella desplegué todo mi arsenal habitual, el que había aprendido con el tiempo. No fui tan vulgar como para vender, de puertas afuera, la historia de mi matrimonio fracasado y sus consecuencias fatales en mí, eso no lo haría ni con ella ni con nadie. Al contrario, me construí una personalidad casi feminoide, donde vivía abrumado por una mujer viciosa del sexo y de valores materiales. No tuve otra opción que enterrar mi sensibilidad durante los años de esa convivencia, y ahora, “al reencontrarte, he visto en tu ser un espejo donde reflejar mi alma”

Era guapa aún, pero había dejado de ser ingenua. Le insinué, con mi mejor piel de cordero, la posibilidad de mejorar su vida (ella siempre andaba mal de dinero) con la intención de repetir una jugada anterior y ponerle un piso. Mientras hacía mis tareas diarias, cada vez más mecánicas para mí, había repasado mil veces todo el plan. Para nuestro antiguo aniversario de adolescentes le iba a regalar un coche de segunda mano, y con eso, después de una cena de las de doscientos euros, me la iba a llevar por primera vez a pasar la noche conmigo a un hotel de la costa.

Quedé con ella en la cafetería de siempre, la de muy lejos de mi casa, con el coche aparcado a dos manzanas y con las llaves en el bolsillo. Llegó sonriente y feliz. Después de darme los besos de rigor… en las mejillas, empezó a contarme que se iba al sur, para quedarse.

Meses antes, durante la campaña electoral, ella había trabajado en el chiringuito de uno de los partidos de izquierdas. Allí había conocido a un profesional de la política, idealista, atrevido y alegre, como ella. Sin pensar en las puñaladas que me asestaba con sus palabras, a borbotones, me contaba maravillas del hombre, de lo consecuente que era con sus ideas, de su desprecio al dinero que podría ganar con otro tipo de vida (era publicista) a cambio de haber actuado durante toda su vida en consonancia con su conciencia y sin temor ni a los demás ni al fracaso.

- Es tan diferente a ti....

Se la escapó sin darse cuenta, y vio de golpe en mis ojos la herida que me había inferido con esa frase.

Me pasaron mil cosas por la cabeza. Pensaba una y otra vez que era un nuevo error para la lista de mi vida, pero no se me ocurrió nada mejor que decir.

- Pues yo te había comprado un coche, el tuyo lo tienes en la calle hace tres meses porque no puedes pagar la reparación, además no valía la pena...

- Tonto de mí -pensé- esta tía se larga y le estoy regalando tres mil euros de los que no voy a sacar ni medio polvo.

Inmediatamente mi mecanismo interno de jesuita me reprobó el devaneo y puse una sonrisa helada cuando oí:

- ¡Que bien, me irá de puta madre, no teníamos coche, él ni tiene carnet de conducir¡

Intenté todo tipo de maniobras ocultas y de golpes bajos para que se lo repensara los últimos días en que la pude ver antes de su marcha, pero sin ningún resultado. Regalos, cenas, salidas, declaraciones solemnes de haber visto en ella, al fin, la luz de mi vida... sólo consiguieron arrancar alguna sonrisa, sólo eso.

***

La llamo cada día, mientras paseo al perro, con el móvil de la empresa para que mi mujer no pueda nunca ver el número (en su día llegó a sospechar por comentarios de algún vecino), pero sólo en alguna contada ocasión me responde. Se que ahora es feliz pero yo no quiero que eso suceda: quiero que vuelva, aunque ella siempre haya odiado este lugar y a la gente de aquí. No la quiero y me da igual que sufra pero la necesito cerca para tener lo que, con todo mi dinero, no puedo comprar.

Eso sí, mañana es nuestro aniversario de no haber sido nunca novios y le volveré a enviar los mismos mil euros que le di el año pasado para sus compras. Quizá, si hay suerte, los reciba en algún momento de duda o de soledad por los múltiples viajes de su compañero y consiga hacerla titubear, vacilar, pensar en lo que podría hacer ella con mucho dinero, aunque unas horas a la semana tuviera que soportar mi decadente y aburrida compañía.

¡Más difícil es que te toque la lotería y siempre juego!

Pero, el lunes, tengo diez entrevistas para elegir mi nueva secretaria de dirección y esa apuesta sí que la tengo ganada de antemano.

La ventaja de apostar sólo a acertar el reintegro es que tienes muchas más posibilidades.

Elu

viernes, 28 de mayo de 2010

De una amargada a "un" sincero



Esto de la sinceridad es la releche...

Para los que no suelen leer los comentarios (no sabéis lo que os podéis perder...) os comunico que Iker me ha dejado su impresión sobre mi persona y mi calidad como escritora.

Iker dijo...
A mí Elu francamente me parece una mujer amargada y engreida: la calidad de lo que escribe es muy mediocre, aunque supongo que podrá mejorar con el tiempo.
Agur.
IKER

Por supuesto le he contestado agradeciéndole su sinceridad... Admiro mucho esa característica en una persona, y si ya la subimos de grado a la franqueza, como poco, me desarma y me da por pensar "Por fin alguien a quien merece la pena "atender""

Por eso le dedico un mensaje que será muy mediocre pero, querido Iker, es lo que hay...

La asertividad, como comportamiento comunicacional, es el ideal que muy pocos alcanzan. En ese sentido me congratulo de haber contado contigo en el blog. Además, para qué vamos a andarnos con rodeos: soy una amargada que escribe fatal.

Lo que no tengo yo muy claro es lo de "engreída", ya ves... pero bueno, una se expone públicamente a riesgo de que los demás la vean de diferentes maneras: en la diversidad está el gusto. Esta noche creo que no dormiré pensando en que alguien pueda verme de ese modo, ¡con lo que me fastidian a mí "las creídas"!

A mí lo que me pasa ahora es que me pregunto algunas cosillas...

Querido Iker... debes tener mucho tiempo libre para perderlo con una mujer como yo, sobre todo teniendo en cuenta lo mediocre que soy. Y digo eso porque llevas unos cuantos días leyéndome, o no estoy yo segura si lo que sigues son más las contestaciones. Que sí, que ya sé que para gustos se hicieron los colores, pero... querido, ¿no crees que sería mejor que buscaras a alguien brillante?

Ah ya, que lo que pasa es que estabas comprobando si iba mejorando con el tiempo... Pues no, Iker, no te creas eso de que "como el buen vino, con el tiempo mejora", que es pura palabrería de personas que no son como tú, asertivas, y prefieren decorar un comentario que podría resultar, a todas luces, soez para algunas personas. Si fueras mujer lo entenderías...

Y luego está el tema de los dos puntos. Eso si que me tiene confundida. Lo de los dos puntos después de lo de engreída me confunde, Iker, soy amargada y engreída porque lo que escribo es muy mediocre, o son dos cosas a parte y lo que pasa es que debía haber una coma. Esto de no ser de letras me mata... me pierdo en los laberintos de la expresión escrita.

Pero, ante todo, tú sigue así, que no hay nada como la franqueza.

Por cierto, como aparte de todo lo que dices, soy curiosa, he comprobado que te has hecho un perfil exclusivamente para dejar el comentario...



(Os prometo que las 3 visualizaciones son mías)

Pero Iker, "hombre", no deberías haberte molestado. Tengo admitido que me dejen comentarios hasta los Anónimos y, como has podido comprobar, no los tengo moderados. Oye, pero... mutil, ¡eskerrik asko! Todo un detallazo el tuyo.

En fin, como no sé qué más decir (ya digo que tu franqueza me ha dejado sin palabras), me despido de ti esperando que economices mejor tu tiempo y dejes de leer a esta amargada, engreída (dios, esta noche no duermo) y muy mediocre.

Con toda mi consideración a tu calidad.

Agur

Elu

jueves, 27 de mayo de 2010

Como el salmón



- Mira que eres díscola...joven, brillante y díscola, sobre todo díscola...

Hace un rato que "mi papi" me ha soltado esa frase. Se nota que no es objetivo, así que tendré que considerar que de lo que voy sobrada también es una exageración. Aunque si lo pienso un poco quizás tenga razón.

Me encanta el salmón, los que me conocen un poco lo saben, y se me ocurre así, de pronto, que tengo un poco (o igual mucho) de parecido con ellos. Ya hace tiempo que dejé de preguntarme el porqué de mi manía de nadar contracorriente, por mucho que lo pensaba siempre llegaba a la misma sencilla conclusión: debe ser mi naturaleza. Soy obstinada (vale, terca, cabezota) en casi todo, pero si lo pienso detenidamente también sé dar mi brazo a torcer. Sin embargo hay algo en lo que nunca dejo de empecinarme: cuando quiero a alguien soy incapaz de "pasar página".

Esta mañana he leído un correo de esos de aviso. Era de Renfe, indicaba que el día 28 había huelga y los servicios serían mínimos. Así dicho no parece relevante, pero teniendo en cuenta que llevo días pensando en romper una promesa... ya cambia la perspectiva.

Y es que todo me lleva a ti. El dolor de tu ausencia, el recuerdo de tu voz, la añoranza de tus manos, el deseo de tus besos, la necesidad de tu ternura... Fíjate, me rompería gustosa (de nuevo) un brazo si con ello volviera a sentir tu ternura, tus cuidados, tu manera de acariciarme, de hacerme sentir que era lo único que querías tocar y sentir y disfrutar.

Todo me lleva a ti...

El recuerdo de la sorpresa de tu "seamos sensatos", los paseos disfrutados, el calor de los abrazos, la pasión de aquellos momentos... Tú, simple y llanamente tú eres el lugar a donde me lleva cada pensamiento, cada sentimiento, que intento controlar dejándome llevar por la misma corriente contra la que sé que mi naturaleza lucha... o quizás sea mi corazón.

Hice una promesa y cada día me digo que he de cumplirla, pero soy díscola y me cuesta mucho. Me repito hasta la saciedad que he de respetar a quien quiero y sueño con una palabra: "Ven".

- Pobres salmones -dicen; nadan contracorriente para desovar y luego mueren.

Pues no es del todo cierto, algunos sí... es duro el esfuerzo, pero otros regresan años al mismo lugar, por cierto, donde nacieron, porque es así: eligen siempre el río de donde proceden.

Es su naturaleza...

... y mi corazón me lleva a ti.

Elu



martes, 25 de mayo de 2010

Pobre felpudo





Acabo de llegar a casa y casi lo hago...

Hay varias cosas que me fastidian, que me irritan, consiguiendo lo que muchos, intentándolo con ganas, no logran. Y claro, luego pasa lo que pasa: me enfado. No es que lo haga con alguien en concreto, generalmente es con el mundo entero... o, casi siempre, como hoy, conmigo misma.

Me pone de los nervios estar esperando una llamada, depender de esos aparatitos inalámbricos que llevo conmigo a todas partes como si fueran una prolongación de mi persona. Que sí, que me siento esclava de la tecnología y me pone los pelos de punta comprobar que no me siento tranquila si se me olvida el móvil en casa o si el fijo se está quedando sin batería...

Con gusto los estamparía contra la pared si no fuera porque esta casa no es mía y la dueña me mandaría arreglar los desperfectos...

Y antes era peor, cuando no había móviles y los fijos estaban aposentados en el salón, o en el aparador de la entrada, o en la habitación. Y, claro, seguro que te llamaban en el momento más inoportuno. Recuerdo una vez que salí con el pantalón bajado, sin recordar que, si no lo agarraba, la gravedad me jugaría una mala pasada y ¡zas! caí de bruces, tiré el teléfono, los arreglos florales y el cenicero de piedra que casi me dejó seca en el acto. Y total ¿para qué?, para no ser la llamada que esperaba.

Porque ese es el problema: estás sujeta a un teléfono en espera de esa llamada que no llega, anhelando escuchar la voz que necesitas...

¡Mierda! se mire como se mire, eres esclava sin solución.

Hoy me preguntaba una amiga si era malo no estar ya tan pendiente del móvil. Y yo le he respondido con un NO rotundo. Creo que se vive más tranquila.

Pero no acaba ahí el problema, no. Luego está el otro tema: el buzón.

Invariablemente, cuando abres el buzón, sacas las cartas y casi sin mirarlas metes la mano y palpas.

- Y qué esperas encontrar, ¡idiota! -me digo. ¿No ves que está todo en la otra mano?

Con suerte no me paso la mano por la cara, o me golpeo la frente, porque si lo hago, vuelvo a casa con todo el polvo acumulado de mascarilla.

Pero lo peor es saber que la carta que esperas tiene nombre y apellido, y que no llegará...

Vamos, que una se va acalorando según transcurre el día y llega a casa como yo: pagándola con el felpudo.

¿Os habéis dado cuenta que una se limpia en el felpudo de diferentes maneras? Soy de las que siempre, o casi siempre lo hace. Me enseñaron que es una forma de mantener la mayor parte de la suciedad fuera de casa y ahora forma parte de esas cosas que hago mecánicamente. Pero sí que me he fijado en otros, y en mí, alguna vez. Por ejemplo, cuando estás indeciso, antes de entrar en un lugar, te quedas más de lo debido limpiándote, algunos hasta lo hacen tanto que, en alguna ocasión, he pensado que la suela debía estar más limpia que el resto. O esas veces que voy al dentista, que se puede ampliar a cuando iba donde mi exsuegra, a casa de mi hermana, o a la del vecino pelma que no te deja tranquila; en esas ocasiones, aprieto tanto que siempre miro abajo por si lo he desgastado y se nota.

Ahora alguien me leerá y pensará, quizás, que por no esperar esa carta, o esa llamada, se quiere menos (porque supongo quedaba claro que esperas a esa persona tan especial) Y no, nada de eso.

No es que te quiera menos, ¡es que me quiero más!

Mientras, creo que me tumbaré un rato a ver si se me pasa el enfado. Que sí, el buzón no me lo puedo traer, pero seguro que los dos teléfonos estarán muy muy cerca.

¡Manda narices! Sentirse esclava es un rollo...

... claro que se pasa todo cuando recibes esa llamada, o la carta o, muchísimo mejor, cuando te sorprenden en persona.

Si es que no escarmentamos...

Acabo de llegar a casa y casi desgasto el felpudo.


Elu