
Hace unos años escribí una serie de relatos en compañía del que era mi pareja, con un seudónimo que despertó sentimientos dispares. Basados en hechos más o menos reales y fruto, sobre todo, de la observación... tanto de este mundo de la red, como del "real". Los que me habéis leído ya en otros lugares reconoceréis alguno de ellos. Cuando él murió quedaron muchos bocetos que con el tiempo he ido terminando. He decidido ir poniéndolos aquí.
Que cada uno lo tome como quiera: realidad, parodia...
Hoy pongo uno en concreto porque alguien muy querido para mí así me lo ha pedido... y yo procuro no negarle nada (que lo sepas)
Espero que los disfrutéis.
Tengo cuarenta y cuatro años, una esposa, un hijo, una casa magnífica, un buen trabajo, salud y una amante ocasional. Me considero un hombre feliz.
Cada domingo por la tarde, viendo el partido que toca con el amigo de turno, me paro a organizar lo que va a ser mi semana. En ese momento la televisión me proporciona la excusa para evadirme y hacer un escueto balance, pero también una pequeña planificación de los siguientes días.
Ahora estoy viendo el Real Madrid contra el Sevilla y Jesús, el marido de una amiga de Ana, mi mujer, va por la cuarta cerveza y el tercer paquetito de cacahuetes; además, no deja de ir al baño cada diez minutos, todo normal. En una de sus ausencias he mandado un sms a Loli.
“No te puedo apartar de mi mente -le he dicho-, te necesitaría ahora. Te llamo mañana”.
No había pensado en absoluto en ella desde el jueves que la vi por última vez. Seguro que habrá estado todo el día pendiente de alguna noticia mía, ahora se quedará contenta y se irá a la cama con algún sueño añadido a su cuenta de deseos frustrados.
A Loli la conocí un día que vino a mi oficina a intentar venderme un seguro odontológico. Me gustó y le di pié a que volviera un par de veces más, a la tercera le sugerí que quedáramos a tomar algo para terminar de discutir el asunto. Ella no era ni guapa ni fea, sino todo lo contrario, pero era, en definitiva, una mujer y por primera vez en mucho tiempo descubrí que aún podía ser atractivo para el sexo opuesto. Al principio llegué a plantearme, incluso, una separación, pero fue sólo una necesidad causada por la obnubilación pasajera de la novedad. Ella habría dado el paso inmediatamente y así se lo llegó a comunicar, solemnemente, a sus dos hijos.
Lo pasé mal entonces, me di cuenta que había llegado demasiado lejos y que lo que Loli podía darme me lo había ofrecido con creces. Mi vida, mi posición y mi entorno era una base construida a fuerza de años, no iba a jugar con fuego por un devaneo del ego para arrepentirme luego. No valía la pena. La relación, en su justa medida, seguía cumpliendo una función importante de recreo en mi vida. Los encuentros clandestinos, las sesiones de sexo en aquel sofá, los magreos en el coche si no podían ser en otro lugar, hacían que por mis venas volviera a correr la sangre caliente del deseo carnal, aquel que ya ni recordaba, que no tenía y que ni imaginaba podía existir aún dentro de mí. No quería perder eso.
En los dos últimos encuentros, Loli había estado llorando. Me recordó que le había prometido hablar con mi mujer después de las vacaciones de verano que habían acabado hacía un mes. Pero la conversación no había existido ni por asomo… Con ella mentir era un juego de niños, necesitaba una pequeña esperanza y tragaba con la más nimia promesa que le hacía. Ambos sabíamos que nunca eran ciertas, que yo no iba a cambiar ni un ápice mi vida, y menos por ella, que lo que deseaba para mí ya lo tenía hacía tiempo, pero seguíamos engañándonos, era lo más fácil. Nunca he sido valiente, ni dado a actos subliminales. Soy un hombre corriente.
Es increíble la falta de afecto que denota esta mujer. Con cualquier arrumaco menor obtiene su dosis de satisfacción compensatoria y almacenable en su despensa que raciona durante días hasta recibir la siguiente. Todo implica un coste bajo, casi nulo para mí, frente a lo que obtengo a cambio.
Ana acaba de entrar un momento en el salón, se ha llevado unas cuantas botellas vacías y ha cambiado los ceniceros. Al acercarse le he dicho en voz baja lo pesado que se pone Jesús cuando se pasa con la bebida y que otro día se ahorrara el invitarlo. Me ha sonreído, debe estar pensando lo bueno y paciente que soy. En el fondo me quiere, y yo a ella, nada que ver con lo que siento por Loli, a Ana la veo como si fuera mi hermana y el sexo con ella, por consiguiente, lo considero como una práctica incestuosa que evito con más que menos fortuna; al margen de eso, en la convivencia cumple su parte del trato sin más estridencias.
Intermedio en el partido y respuesta al móvil que avisa con una señal casi imperceptible: “Voy en coche con una amiga. Llegaré pronto a tu casa”
¡Joder! su amiga, la lesbiana, le ha vuelto a sonsacar y le ha convencido para que me arme un escándalo. Jesús está en el lavabo y tengo poco tiempo para pensar. Israel, mi hijo, no volverá hasta pasadas las once; Ana está viendo un video en la habitación, así que he de tramar algo deprisa. En estos casos lo más importante es la serenidad.
“¡Lo tengo!” Salgo rápidamente a la escalera, desconecto el automático y dejo la casa sin luz. Momentos de confusión. Ana y Jesús que dicen que también es mala suerte y demás comentarios. Hago que llamo por teléfono y les digo que los llevo a dar una vuelta y así nos acercamos a la cafetería nueva donde me tomo el café antes de ir a trabajar, para tomarnos algo y terminar de ver el partido.
- La compañía eléctrica me ha dicho que es una avería en un transformador, que tienen, al menos, para dos horas.
Los bajo con prisas al parking con la excusa del comienzo de la segunda parte del partido. Al salir, casi me cruzo con el coche del que salían Loli y la perversa de su amiga Puri, ambas con cara de pocos amigos. Pero no me ven. Cuando me alejo observo por el retrovisor la insistencia con la que tocan al portero automático.
Me ha salvado la campana, pero es la última vez, ¡lo juro!.
Ahora, en el bullicio de la cafetería, el corazón se ha desacelerado y puedo pensar con frialdad. Súbitamente siento odio por Loli, desearía estrangularla con mis propias manos, sacarle los ojos o, quizás, contarle la lengua a rodajas con un cuchillo sin afilar. Me asaltan ideas mezcladas con escalofríos: sexo con muerte, dolor con asco.
Mañana es lunes y ya no tengo nada que planificar, salvo una venganza o una dura lección. Pienso en los puntos débiles de las personas, todos los tenemos, y sólo hace falta dedicar un pequeño esfuerzo para descubrirlos. Para hacer verdadero daño, sólo hay que atacar a su raíz.
Loli siente verdadero terror a que su madre, una anciana a la que llegué a conocer con un pretexto e identidad falsa, llegue a saber algo de lo nuestro, porque es una persona de férreas creencias religiosas. Tardó años en separarse sólo por no tener que enfrentarse a ella. No soporta ni un solo reproche por su parte, la hunde y la rebaja. Su tremendo sentimiento de culpabilidad se debe a que su marido, por entonces, no la quería en casa y la tuvo que llevar a una residencia de ancianos. Al separarse se la quiso llevar con ella, pero se negó alegando que ya llevaba seis años en ese infierno y que prefería morir allí, así le devolvería, al menos, parte del sufrimiento que le había dado al meterla en aquel antro. De esa manera recibía una compensación mayor, porque sabía que, aún después de su muerte, el dolor y la culpa le seguirían persiguiendo durante el resto de su vida.
Acaba el partido y hago cálculos. Con la excusa de ir al lavabo llamo desde el teléfono público a Loli. Está en casa, cuelgo, sé que ya no hay peligro. Seguramente estará arrepentida, pero no pienso correr ni un riesgo más. Entro al baño, me mojo la cara y, mientras me la seco, compruebo en el espejo mi expresión. “Acabas de pasar un buen susto, chaval” Respiro hondo y escribo un nuevo sms: “Loli no quiero verte nunca más. Si recibo una sola noticia tuya le cuento a tu madre lo bien que follas”
Dejamos a Jesús en su casa, va tambaleándose y diciendo sandeces, pero mi mujer le sigue la corriente. Mañana le pasará el informe a su amiga que, probablemente, le habrá endosado a su marido para hacer vete a saber qué, tranquilamente, esta tarde.
Ya llegamos y subiendo por la escalera, Ana me comenta que no entiende por qué hay luz y en nuestra casa no. Mientras entra para buscar una vela yo me retraso y vuelvo a conectar el automático.
- ¿Ves? ahora ya tenemos luz- le digo.
Ya podemos cenar algo ligero y ver juntos la televisión, como todos los domingos.
Oigo a Israel que llega y se mete en su habitación sin decir ni pio, nada nuevo.
Me quedo solo un momento y busco el móvil, estoy seguro que tengo contestación.
“Eres un cerdo, te odio, ojalá te mueras. Adiós para siempre”
A veces un cigarrillo sabe mejor que nunca…
… como el que me estoy acabando de fumar ahora.
Elu
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