
Empieza a ser habitual levantarme cansada, no sé si reconocer que ya parece formar parte de mi ser... Pero no, no soy así.
Hace unos días una amiga me pasó una canción que si bien no me decía nada que no supiera, sí que me hizo recordar...
No sé exactamente en qué momento de mi vida (o quizás es que no quiera reconocerlo) esa niña tierna y espontánea que era se transformó en una aprendiza de mejillón. Puede que todo comenzara con mi búsqueda de los abrazos que no recibía, los rechazos del tipo "déjame no seas pesada, que no tengo tiempo para zalamerías" o tal vez aquellos momentos en los que me escondía bajo la sábana llorando y me consolaban con aquellos "eso son tonterías, ya verás cuando te hagas mayor". Cuando eres una niña no puedes ponerle nombre y apellidos a eso que sientes, y creces con la idea de que has de ser como los mayores o no te aceptarán.
El caso es que vas desarrollando una segunda piel, una coraza con la que te crees protegida. Pero no es así. Cierto que los demás no ven lo que hay dentro, pero no por ello dejas de sentir, todo lo contrario, en realidad lo que llevas dentro es un volcán a punto de estallar. Y así vas creciendo, puede que de mejillón llegues a ostra, o te quedes en el camino... o quizás algo ocurra en tu vida, algo que derrumbe todos los muros y te deje al descubierto, como desnuda, frente al mundo.
A mí me ocurrió. Perdí a la persona que más amaba, esa que muchos buscan sin encontrarla jamás. Cuando te pasa algo así, todo cambia. Aprendes que hay prioridades, aceptas qué es lo verdaderamente importante y el poco valor que puede llegar a tener el resto sin necesidad de pensarlo demasiado.
Desde ese día me quité la mala costumbre de callarme lo que sentía. Pero también aprendí que no sirve de nada decir un "te quiero" a alguien que no quiere escuchar. Que para amar hay que ser valiente. Que no es más valiente el que no tiene miedo sino aquel que sintiéndolo es capaz de continuar.
Sí, aprendí que no quiero que el tiempo me pille con la mochila llena de sentimientos marchitos, de palabras escritas en un papel. Ante todo he de ser consecuente, y si mi prioridad, si lo más importante para mí es el amor (en todas sus facetas) ¿por qué no recordar a quien quiero lo que siento? Pues bien, en ello estoy, aunque se hace difícil, como decía antes, demostrar (de palabra o hecho) un sentimiento a quien no lo desea.
Pero ese es otro tema...
Hoy me toca recordar que este peso que siento en el alma es sólo la consecuencia de todo lo que tengo que callar, y que, sin embargo, hay otras muchas personas que sí que aceptan y desean oír...
... a ellos: sabéis que os quiero.
Porque no quiero tener, nunca más, la mala costumbre...
Elu
4 comentarios:
Como siempre, tienes muchísima razón en lo que escribes y estoy muy de acuerdo contigo.
Se que cuesta mucho a veces demostrar los sentimientos. No es mi caso, quizás ese es mi fallo y así me va, como me va. Pero creo todos nos merecemos oír cuanto nos quieren y cuanto significamos para otras personas, antes que sea demasiado tarde.
Y si, te quiero mucho y no tengo problemas en decírtelo, al contrario, estoy feliz de tenerte en mi vida, tan lejos y a la vez tan cerca.
Por cierto, la canción preciosa :P
Muxuk!!
Uys, menos mal... alguien que se ha dado por aludido!!
Sí, estamos igual... yo también tengo problemas por demostrarlo, de ahí que una siempre piensa si no sería mejor (al menos recibirías menos) si mantuvieras la coraza...
Ains, en fin... así somos y así se lo contamos.
A que es bonita ¿eh? si es que el que sabe leer entre líneas..
Muxuk!!
Un niño, al que le gustaba mucho la tv y al que su mamá le obligaba a salir al parque para tomar el aire decía: mamá, tanto oxigeno no puede ser bueno.
Y yo te digo a tí, creo que es la segunda vez, tanta sinceridad no puede ser buena.
Todos dejamos bajo siete llaves nuestros lastres infantiles...tal vez eso no sea bueno.
Cuidate..
Seguramente tengas razón, César, pero yo me quedo la mar de liberada cuando puedo serlo, no ya sincera, sino franca. Callarse no es bueno, termina enquistándose o, como decía antes, con ese peso en extra que no es nada sano.
A lo largo del camino he aprendido algunas cosas, pocas, la mayoría intento desaprenderlas (imposible, pero hagamos como si se consiguiera) y una de esas pocas es que no hay nada más liberador que la franqueza. Eso sí, no veas los golpes que te llegan. Pero prefiero sentirme liberada aunque magullada, que arrastrar conmigo los silencios... esos sí que terminan destrozándome.
Cuidate mucho, señor de los candados.
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