
Era un arco de imitación, de esos que parecen decir "quiero pero no puedo". Hubiera podido pasar como uno de piedra natural mirado desde una distancia prudencial si no hubiera sido por la sucia persiana metálica que lo ensalzaba hasta la más decadente mediocridad. La fachada no se libraba demasiado, los desconchados del lucido, apenas cubiertos por un tono vainilla dejaban traslucir la humedad que exudaba la casa... Una casa de ventanas pequeñas y portalón grande.
"Entra, sube, una vez aquí no podrán verte y poco tienes que ver"
- ¡Abuela! La casa amarilla llora.
- ¿Qué dices Joan? Un día, esa imaginación tuya te llevará demasiado lejos.
- ¿Lejos de ti yaya?
- Lejos de todo, ¡así que pon los pies en tierra!
Joan era un niño de nueve años con los ojos pequeños y de un intenso y vivaz azul. Un niño que se perdía en sus sueños, que no veía la televisión porque con sus libros y su pueblo ya tenía bastante para vivir sus propias aventuras. Vivía con su yaya Asunción que le relataba, a petición suya, la historia de sus padres que murieron en un trágico accidente cuando viajaban de vuelta a casa con un regalo para él.
- Yo no quería regalos, yaya... yo les quería a ellos.
- Anda Joan... pero si eras muy pequeño. ¿Cómo vas a acordarte? Además, sólo tienes que recordar a Pipo, nunca te separabas de él... aún tienes su fotografía en la mesilla de noche, aún la miras y pones carita de añoranza.
- Sí, y desapareció… como ellos.
- Siempre creí que alguno de tus amiguitos te lo cogió, era muy bonito y ellos muy envidiosos -la señora Asunción no sabía cómo lograr que el pequeño olvidara a sus progenitores.
- Da igual, ahora soy mayor para perritos de peluche. Por cierto abuela, ¿cuando tendré uno de verdad?
Ya se había liado. La buena mujer siempre terminaba en el mismo punto. Y es que ya era todos los días que Joan le pedía un perro y ella, poco amiga de animales domésticos, no sabía qué decir para quitárselo de la cabeza.
- Bueno... ya sabes que no puedo hacerme cargo de él, y tú estás mucho tiempo fuera entre el cole y las tareas. Por cierto, ¿has ido al forn? la comida está casi preparada y no te gusta comer pan del día anterior. Así que, anda, ve ya o cerrarán la panadería.
Joan miró a su abuela. Quiso decir algo, pero sabía que no era el momento de insistir. Siempre se ponía triste cuando hablaban de sus padres, y él sólo quería saber la verdad… Porque nunca se creyó la historia que le contó.
Era un frío sábado de Noviembre, de esos que muestran el invierno que parece permanecer al acecho para surgir mientras sopla al oído su "no te olvides, ya llego". La calle estaba solitaria, sólo los perros hambrientos pululaban por las esquinas y los gatos se escondían bajo los coches, más buscando el calor de unos motores aún tibios que escapando de los caninos poco dados a enfrentamientos.
- Qué malo es tener hambre -se dijo en alto Joan, al que sus tripas le avisaban que ya era la hora de darles su ración.
Y mientras, tras la cortina de la casa amarilla, alguien le veía caminar, alguien que se ocultaba tras los visillos, mudo testigo de esos ojos que aún no sabían, y que debían permanecer así.
"Entra, sube, una vez aquí no podrán verte y poco tienes que ver"
- ¡Abuela! La casa amarilla llora.
- ¿Qué dices Joan? Un día, esa imaginación tuya te llevará demasiado lejos.
- ¿Lejos de ti yaya?
- Lejos de todo, ¡así que pon los pies en tierra!
Joan era un niño de nueve años con los ojos pequeños y de un intenso y vivaz azul. Un niño que se perdía en sus sueños, que no veía la televisión porque con sus libros y su pueblo ya tenía bastante para vivir sus propias aventuras. Vivía con su yaya Asunción que le relataba, a petición suya, la historia de sus padres que murieron en un trágico accidente cuando viajaban de vuelta a casa con un regalo para él.
- Yo no quería regalos, yaya... yo les quería a ellos.
- Anda Joan... pero si eras muy pequeño. ¿Cómo vas a acordarte? Además, sólo tienes que recordar a Pipo, nunca te separabas de él... aún tienes su fotografía en la mesilla de noche, aún la miras y pones carita de añoranza.
- Sí, y desapareció… como ellos.
- Siempre creí que alguno de tus amiguitos te lo cogió, era muy bonito y ellos muy envidiosos -la señora Asunción no sabía cómo lograr que el pequeño olvidara a sus progenitores.
- Da igual, ahora soy mayor para perritos de peluche. Por cierto abuela, ¿cuando tendré uno de verdad?
Ya se había liado. La buena mujer siempre terminaba en el mismo punto. Y es que ya era todos los días que Joan le pedía un perro y ella, poco amiga de animales domésticos, no sabía qué decir para quitárselo de la cabeza.
- Bueno... ya sabes que no puedo hacerme cargo de él, y tú estás mucho tiempo fuera entre el cole y las tareas. Por cierto, ¿has ido al forn? la comida está casi preparada y no te gusta comer pan del día anterior. Así que, anda, ve ya o cerrarán la panadería.
Joan miró a su abuela. Quiso decir algo, pero sabía que no era el momento de insistir. Siempre se ponía triste cuando hablaban de sus padres, y él sólo quería saber la verdad… Porque nunca se creyó la historia que le contó.
Era un frío sábado de Noviembre, de esos que muestran el invierno que parece permanecer al acecho para surgir mientras sopla al oído su "no te olvides, ya llego". La calle estaba solitaria, sólo los perros hambrientos pululaban por las esquinas y los gatos se escondían bajo los coches, más buscando el calor de unos motores aún tibios que escapando de los caninos poco dados a enfrentamientos.
- Qué malo es tener hambre -se dijo en alto Joan, al que sus tripas le avisaban que ya era la hora de darles su ración.
Y mientras, tras la cortina de la casa amarilla, alguien le veía caminar, alguien que se ocultaba tras los visillos, mudo testigo de esos ojos que aún no sabían, y que debían permanecer así.
Elu
6 comentarios:
Es aquello de tus papas siempre estarán contigo desde el cielo?
Sabes una cosa ingeniera? he intentado conectarme a Skipe y no me acuerdo de las contraseñas!
Quiero ampliar mi imagen tierna de chico despistado...
Cesar Cesar... que aún no me has dado tiempo de terminar el relato... Paciencia.
En cuanto a tu imagen, esa "tierna de chico despistado" nada de nada... que tú cambias de etiqueta hasta al Santo Job! Manda narices... ¿pero no habíamos quedado que lo anotarías todo en una agenda? Pues como no te acuerdes, sólo hay una solución: que te hagas otra cuenta (y avises)
Saluditos matutinos.
De momento estoi tras la cortina....esperando a leer el "siguiente capitulo"....estoi blokedada....no sé que escribir..ni que pensar
Besazos Elu.
En breve llegará el siguiente capítulo, Vida...
A veces, cuando una se bloquea, lo mejor es pararse un momento, cambiar la visión, el paisaje, la perspectiva. Cuando vuelves a mirar, quizás todo se vea con otra luz.
Ánimo... sólo deja que fluya.
Un abrazote.
Estoi dejando ke fluya....y no me gusta para donde fluye....o si??
Quizas sea el momento de dejar el agua correr....
Pongo en mi bloguer una cancion ke me define ....en este Hoy Aqui y Ahora.....
Besazos Agradecidos Elu
Paqui.
Podría ser una solución, pero eso sólo eres tú quien ha de decidirlo. Date tiempo, abre un poco el grifo y deja que corra el agua... verás que pronto sabrás si esa es la manera.
Vamos...digo yo...
Voy a oir esa canción...
Petonets
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