Entre el vivir y el sobrevivir

lunes, 14 de junio de 2010

Contigo y sin ti





"Llega un momento en el que hablar o estar callado es algo parecido, por eso permanezco callado"- Cinema Paradiso

Contigo la suave caricia, el dulce despertar, la ilusión renovada cada amanecer.


Mirar al mismo punto, miradas cómplices, ojos brillantes, sonrisa perenne.


Besos sin tregua, susurros, pasión...


Contigo es sentir la vida y la esperanza cada nuevo día.


Sin ti las emociones del hoy no son más que las sensaciones inertes del ayer...


... la certeza de quererte sólo yo.


Elu



jueves, 10 de junio de 2010

Tras la cortina (Fin)




No sabía qué hacer, ni que decir. Levantó la vista hacia el cielo plomizo de Noviembre y sintió las primeras gotas de una lluvia incipiente.

- Joan... debemos irnos, está empezando a llover.

Miquel intentaba levantar a su amigo que seguía arrodillado en el suelo abrazado a su peluche. Oyó unos pasos apresurados que le llegaban desde atrás y supo que ya era demasiado tarde, su madre les había pillado.

- ¿Qué demonios hacéis aquí? Venga, vamonos ahora mismo - Rosa no se había percatado aún de toda la escena.

- Sí, mamá... intento que Joan se levante...

La vieja puerta de la casa amarilla se abrió sin que nadie lo esperara dando paso al lento y dificultoso avance de una silla de ruedas.

- Joan...

Una suave voz llamaba al niño, y tres pares de ojos se clavaron en la persona que sonreía con la mirada fija en el niño que no soltó, ni en aquel instante, a su perro de peluche.

*

- Uno, dos, tres...

Rosa contaba por enésima vez las baldosas desgastadas que abarcaban su campo de visión. Llevaba horas esperando, sentada en aquella incómoda silla de hospital.

Después del accidente de sus amigos nada parecía tener lógica. La señora Asunción se había encerrado en casa con su nieto y se negaba a todo lo relacionado con el hospital.

- Vieja testaruda -se decía Rosa- algún día tendrá que aceptar lo que ha pasado. Ni siquiera ha ido al entierro...

Aparcó sus pensamientos al ver acercarse al médico.

- Dígame, doctor.

Supo entonces que la situación era complicada, en estado de coma, con respiración asistida y la columna destrozada, no había muchas esperanzas de vida.

Durante meses visitó la misma habitación. Los progresos fueron lentos y las secuelas del coma fueron, principalmente, amnesia y pérdida de coordinación. El futuro era incierto, pero le dieron esperanzas "Recordará poco a poco, aunque no volverá a caminar"

Por más que intentó convencer a la señora Asunción no logró nada de ella. Su marido fue el único que le ayudó a resolver los trámites legales, pero Joan era demasiado pequeño para involucrarle en una lucha que no tenía sentido: en las condiciones en que había quedado, al menos de momento, no habría forma de conseguir su custodia. Así que, con dificultad y después de discusiones nocturnas interminables con Albert, decidieron acondicionar la antigua panadería, propiedad de su familia.

- Está vieja, ya lo sé, pero lo importante es que podamos arreglarla para que resulte lo más confortable posible y, sobre todo, facilite la movilidad. No olvidemos que algún día podrá levantarse y la silla de ruedas es un problema -le convenció Albert.

Pasaron años hasta que recobró totalmente la memoria. De la desesperación por la pérdida de su cónyuge al descubrimiento del abandono de Asunción, no dejaba de pensar si podría defenderse y cuidar de un niño. ¿Cómo podría contarle lo que había pasado? Cayó en una profunda depresión en la que nada ni nadie le importaba, sólo quería dejar de sufrir...

Y un día Rosa llegó con Pipo en sus brazos. Lloró como nunca antes lo había hecho, abrazando al peluche que aún guardaba el olor a su hijo... y con cada lágrima derramada iba ganando un ápice de energía y la certeza de que, algún día, volvería a tener a Joan entre sus brazos.

Rosa mantenía al corriente de la situación a la señora Asunción, no porque ella pusiera interés, más bien para irla preparando para lo que era natural.

- Ha intentado mantener el secreto, Asunción, pero ha de reconocer que Joan tiene que saberlo. En cuanto esté mejor y se sienta con fuerzas para afrontarlo, todo saldrá a la luz. No tiene por qué perder a su nieto, píenselo bien...

- ¡No podrá cuidarlo! Joan es mi nieto y si tengo que ir a juicio lo haré, no se lo llevará de mi lado ¡eso jamás!

- No se empecine tanto -Rosa siempre procuraba mantener la calma, pero con esa señora era casi imposible- sabe que no ganaría nada sobre todo teniendo en cuenta que hay dinero suficiente para que contrate a alguien que ayude, además, siempre nos tendrá a nosotros. ¿Quiere, acaso, que sea su nieto quien decida?

Así era siempre. Volvía a la casa amarilla intentando no demostrar la exasperación e impotencia que la vieja le producía y la recibían aquellos ojos azules y tristes que, por un momento, guardaban una pequeña luz de esperanza... y siempre se apagaba en cuanto se cruzaban con los suyos.

Así fue siempre hasta cinco meses atrás. Se acercaba el cumpleaños de Joan.

- Va a cumplir nueve años, Rosa, esto tiene que acabar. Estoy en mi derecho y él debe saber que vivo...

Aquella noche Rosa habló con su marido y, por primera vez hace mucho tiempo, estuvieron de acuerdo en que había llegado el momento.

**

Joan guardaba una foto de sus padres escondida en su mesilla de noche entre las páginas del cuento o novela de turno. Lo hizo así desde el día que se dio cuenta que su abuela intentaba deshacerse de cualquier recuerdo de ellos.

- Pobre -pensaba siempre- le duele tanto su muerte que no se da cuenta que yo no quiero olvidarles. Si no tuviera su foto ya hace mucho que no recordaría sus caras.

Por eso, cuando oyó que una voz desconocida le llamaba levantó la vista y descubrió que ese rostro le era familiar. Entre las lágrimas que aún no habían cesado y la lluvia que comenzaba a empaparle la cara... se encontró con aquellos ojos azules que lo miraban con inmensa ternura a la espera de que él reaccionara.

- Yaya... mis ojos son iguales.

- Sí, pero en el resto eres clavadito a tu padre.

Joan dejó caer a Pipo inconscientemente, sorprendido pensó, por un momento, que la persona que tenía delante no era real. Se acercó algo vacilante mientras observaba la silla de ruedas y los brazos que se iban abriendo, aquellos que, a menudo, había soñado volver a encontrar en el abrazo que tanto añoraba y necesitaba.

- Mamá...

- Sí, Joan, soy yo... Ven...

La lluvia les concedió una tregua...

... y la vida una nueva oportunidad.

Elu


Partes anteriores


Tras la cortina (I)

Tras la cortina (II)

Tras la cortina (III)

martes, 8 de junio de 2010

Mala costumbre




Empieza a ser habitual levantarme cansada, no sé si reconocer que ya parece formar parte de mi ser... Pero no, no soy así.

Hace unos días una amiga me pasó una canción que si bien no me decía nada que no supiera, sí que me hizo recordar...

No sé exactamente en qué momento de mi vida (o quizás es que no quiera reconocerlo) esa niña tierna y espontánea que era se transformó en una aprendiza de mejillón. Puede que todo comenzara con mi búsqueda de los abrazos que no recibía, los rechazos del tipo "déjame no seas pesada, que no tengo tiempo para zalamerías" o tal vez aquellos momentos en los que me escondía bajo la sábana llorando y me consolaban con aquellos "eso son tonterías, ya verás cuando te hagas mayor". Cuando eres una niña no puedes ponerle nombre y apellidos a eso que sientes, y creces con la idea de que has de ser como los mayores o no te aceptarán.

El caso es que vas desarrollando una segunda piel, una coraza con la que te crees protegida. Pero no es así. Cierto que los demás no ven lo que hay dentro, pero no por ello dejas de sentir, todo lo contrario, en realidad lo que llevas dentro es un volcán a punto de estallar. Y así vas creciendo, puede que de mejillón llegues a ostra, o te quedes en el camino... o quizás algo ocurra en tu vida, algo que derrumbe todos los muros y te deje al descubierto, como desnuda, frente al mundo.

A mí me ocurrió. Perdí a la persona que más amaba, esa que muchos buscan sin encontrarla jamás. Cuando te pasa algo así, todo cambia. Aprendes que hay prioridades, aceptas qué es lo verdaderamente importante y el poco valor que puede llegar a tener el resto sin necesidad de pensarlo demasiado.

Desde ese día me quité la mala costumbre de callarme lo que sentía. Pero también aprendí que no sirve de nada decir un "te quiero" a alguien que no quiere escuchar. Que para amar hay que ser valiente. Que no es más valiente el que no tiene miedo sino aquel que sintiéndolo es capaz de continuar.

Sí, aprendí que no quiero que el tiempo me pille con la mochila llena de sentimientos marchitos, de palabras escritas en un papel. Ante todo he de ser consecuente, y si mi prioridad, si lo más importante para mí es el amor (en todas sus facetas) ¿por qué no recordar a quien quiero lo que siento? Pues bien, en ello estoy, aunque se hace difícil, como decía antes, demostrar (de palabra o hecho) un sentimiento a quien no lo desea.

Pero ese es otro tema...

Hoy me toca recordar que este peso que siento en el alma es sólo la consecuencia de todo lo que tengo que callar, y que, sin embargo, hay otras muchas personas que sí que aceptan y desean oír...

... a ellos: sabéis que os quiero.

Porque no quiero tener, nunca más, la mala costumbre...

Elu


sábado, 5 de junio de 2010

La llamada





El que no sabe es como el que no ve.

Tenía previsto poner el final de "Tras la cortina", tomarme con calma mi último día de medicación, fumar menos que ayer, sonreír a la esperanza... tenía planeadas algunas cosas y todo se ha ido al garete.

Parece mentira que no esté ya curada de espanto. Con la vida que me ha tocado por mochila y la cantidad de circunstancias adversas con las que he tenido que lidiar debería estar inmunizada, pero no estoy segura que alguna vez se consiga eso.

Esta mañana he recibido una llamada. Es raro que conteste a un número desconocido, pero he reconocido el prefijo y no he dudado mucho en descolgar.

- ¿Elu? -ha preguntado la voz al otro lado.

- Sí... soy yo.

- ¿Te suena de algo el nombre de Esmeralda?

- Pues no... -he mentido poniéndome en guardia de inmediato.

- ¿Y el de Arturo? -ha insistido.

Así ha comenzado la llamada más sorprendente desde hace muchos años.

Al contrario de lo que muchos opinan de mí, nunca doy por supuesto nada que no pueda comprobar. Sí, a veces elucubro demasiado, pero me gusta observar desde diferentes puntos el paisaje en 2D que muchos intentan mostrarme.

Esta vez no sé qué pensar... ni siquiera qué sentir.

Eso lo digo con la boca pequeña, porque hace unas horas he salido de casa como alma que lleva el diablo. Olvidando que no me encuentro en plena forma me he lanzado a una caminata rápida, sin tregua, que me ha dejado agotada, Durante el trayecto ha habido un momento que no sabía si lanzarme por el primer terraplén que encontrara, hacer una llamada exigiendo una explicación o desaparecer sin dejar rastro. Sabiendo mi tendencia anterior ésta última ha sido mi primera elección. Ahora, con más calma, espero que si Arturo lee esto tenga la valentía suficiente de llamarme y aclarar la situación en la que, sin comerlo ni beberlo, me ha colocado.

Una cree estar de vuelta de todo... pero una simple llamada le descubre un mundo nuevo e insospechado.

De momento voy a estar ausente una temporada del blog. Así que a los asiduos (sobre todo a los que nunca me dicen nada) comentarles que espero volver con energías renovadas, y agradecerles que hayan estado ahí. A los que me han comentado por otros medios... supongo que aún seguiré por allí.

Y a ti, que me leerás, a no ser que estés ya replegado porque te haya llamado también, sólo te diré que espero tu llamada.

Hasta pronto.

Elu

viernes, 4 de junio de 2010

Tras la cortina (III)





Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos
y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,
porque tu ser pasara sin pena al lado mío
y saliera en la estrofa -limpio de todo mal-.
Pablo Neruda


Avanzaba la noche con paso lento y cansado. El sonido monótono del limpiaparabrisas, la lluvia insistente que les salía al encuentro... y Anna que dormía a su lado ajena a la tristeza que le embargaba...

Volvían de un viaje que se debían, después de todo lo soportado durante más de cinco años.

Era noche cerrada, llovía, y no pudo esquivar al camión que se les vino encima.


*


Miquel era hijo único en una familia de clase alta. Se hizo cargo de la empresa con tan sólo veinticinco años tras la muerte inesperada de su padre. Su madre quedó destrozada por la pérdida y desarrolló una entrega obsesiva con su hijo, hasta tal punto que controlaba cada uno de sus movimientos, cada amistad, cada pequeño malestar y el más mínimo cambio de expresión.

Después de los tres primeros años de angustias, quebraderos de cabeza y preocupación por la marcha del negocio, llegó el momento de calma. Todo marchaba bien y la vida volvía a presentarse con toda la gama de colores, no sólo el gris y azul del emblema de la fábrica.

Conoció a Anna en una comida de empresa, ella trabajaba de camarera en el restaurante al que fueron, así se pagaba sus estudios de empresariales. Podría decirse que fue amor a primera vista, si eso realmente existiera; ellos siempre lo consideraron así aunque él le recordara, a veces y con inmensa ternura, el tiempo que habían perdido mientras ella dejaba de lado su desconfianza, sus dudas, su miedo a no ser aceptada por la alta sociedad.

Y algo de eso hubo.

- Que te quede claro algo, muchachita. Nunca ¿me has entendido bien? ¡Nunca dejaré de estar contra ti! Eres una interesada que ha ido tras el dinero de mi hijo. Él está encandilado contigo, lo sé, es incapaz de ver más allá de la tontería que siempre hay al principio. Pero sé que algún día se dará cuenta... Mientras tanto, nada de familiaridades conmigo. Soy y seré siempre para ti la Señora Asunción. Y ahora ve y cuéntaselo a mi hijo, ponle en mi contra, no espero menos de ti.

A sus veinte años recién cumplidos, y una vida dedicada al estudio y el trabajo requerido para poder pagarlo, Anna era una muchacha más bien tímida. Educada por una familia de clase baja, le inculcaron la idea de diferencia de clases, de la inconveniencia de mezclarse con clases superiores que sólo traería problemas y un final, a todas luces, desfavorable para ella. Así que la conversación que mantuvo esa tarde con la madre de Miquel, la tomó como algo inevitable en el transcurso de lo que ella tendía a pensar sería su futuro: rechazo y, lo más probable, un final trágico para su historia de amor.

Nunca le contó nada a Miquel; los desplantes y exabruptos de su madre quedaban para los pocos momentos que tenían a solas... por su propio bien Anna se las ingeniaba para que fuera así.

Se casaron a los dos años y un año después nació Joan.

- Has tenido suerte, el niño se parece a su padre. No he cambiado de idea respecto a ti, pero el pequeño es mi nieto, y él no pagará tus culpas -de este modo la recibió en casa su suegra.

Anna consiguió convencer a su marido para que compraran una casa en un pueblo de la montaña, no tan lejos de la ciudad como para que fuera un inconveniente en su vida cotidiana, y lo suficiente como para lograr un distanciamiento con Asunción. A partir de entonces Miquel comenzó a descubrir el grado de rechazo de su madre por Anna. La situación llegó a ser insostenible cuando la señora decidió comprarse una casa en el mismo pueblo (odiando como odiaba todo lo que no era la ciudad, sus comodidades y, sobre todo, el lujo de su clase...)

Cada día que pasaba veía a Anna más triste. Sentía que ella lo intentaba con todas sus fuerzas, pero el carácter autoritario de su madre no ayudaba nada, por más que él habló con ella, por más que le dejó claro que no le hiciera elegir... nada cambiaba.

Así llegó el momento, cuando Joan tenía tres años, en que decidió hacer un viaje con su mujer para alejarla del entorno y decidir qué rumbo iban a tomar.

El viaje duró dos semanas en las que no faltaba un día en que Asunción les llamara con alguna excusa, casi siempre inverosímil o, como poco, irritante. Así que un día, Miquel decidió ponerle en antecedentes sobre la decisión que habían tomado: o se iba ella o serían ellos los que cambiarían de residencia.

Volvían del viaje una noche lluviosa, con un peluche en el maletero, un perro, para Joan. El niño manifestaba de todas las maneras posibles su deseo de tener uno como mascota, ese sería el sustituto hasta que se establecieran en su nueva casa, o se quedaran, definitivamente, en la que tenían.

Era noche cerrada, llovía y no pudo esquivar el camión que les venía encima...


**


Después del accidente, Asunción fue perdiendo poco a poco su status. Demasiado mayor y poco capaz para el negocio tuvo que venderlo a una multinacional por mucho menos dinero del que hubiera imaginado. Su idea inicial era volverse con el niño a la ciudad, sin embargo, se dio cuenta que ya no podría mantener el ritmo que le exigiría su antigua vida y allí, en aquel "lugar olvidado de Dios" podría controlar mejor a su nieto.

A su nieto y a la persona que viviría aislada e inexistente para el resto en la vieja casa amarilla.

No tuvo en cuenta que existía alguien a quien no había podido engañar, alguien que no permitió que jamás se acercara a la casa "o lo contaré todo".

Y un día, Rosa encontró a Pipo, el peluche que los padres de Joan le traían de su último viaje. No recordaba su intención inicial, pero sí que, una vez lo tuvo en sus manos, pensó que al niño se le olvidaría pronto la pérdida, era aún tan pequeño... Sin embargo, el peluche podría serlo todo para esa persona que se ocultaba tras la cortina, alguien que había perdido la esperanza y las pocas ganas de vivir que le quedaban se reducían al pequeño rectángulo de una ventana desde la que veía pasar, a ratos, a un niño de ojos pequeños y de un intenso color azul... como los suyos.

Elu

jueves, 3 de junio de 2010

Tras la cortina (II)





"Esta es la caja. El cordero que quieres está dentro" - El principito

Rosa cerró la panadería, como siempre, más tarde de la hora debida. Se enfrentó al cambio de temperatura con un temblor en las manos que sabía no cesaría hasta llegar a casa, cuando tuviera que enfrentarse con Albert, su marido, y, sobre todo, con Xavi.

- ¿Cómo podré explicárselo? -pensó. Es aún un niño y el mejor amigo de Joan...

Caminaba con la mirada fija en la casa amarilla intentando vislumbrar desde el ajustado ángulo algún movimiento de la cortina de lo que ella sabía era la habitación principal. Nada, como casi siempre.

La calle estaba desierta, la mayoría estaría comiendo y hacía demasiado frío para que ni siquiera los niños con sus habituales juegos sabáticos la llenaran con sus gritos.

- Tengo que darme prisa o Xavi ya no estará en casa -se dijo. Seguro que Joan habrá venido a buscarle, sin que se entere la señora Asunción. Hay que ver... esta mujer nunca olvidará ni dará su brazo a torcer. Mira que intenta que su nieto no sea amigo de mi pequeño, pero le ha salido rana: es tan terco como su padre...

Iba tan absorta en sus pensamientos que casi pisa al gato negro que yacía muerto, seguramente atropellado por algún coche. "Pobrecillo, no le habrá dado tiempo a salir de debajo. Tengo que decir a Albert que lo retire antes de que Xavi lo vea, o tendremos drama para días"

- Hola cariño, vienes helada -saludó su marido. Xavi se ha ido ya con Joan, así que podrás contarme con detalle eso tan importante... Desde que me has llamado por teléfono no dejo de pensar que nos vas a meter en un buen lío.

- Bueno... me hubiera gustado que el niño estuviera también, pero igual es mejor que te ponga a ti en antecedentes y pensaremos cómo decírselo a él.

Imposible comer con el nudo que tenía en el estómago. Aceptó el café que su marido le ofreció, apartando el resto. No había nada más importante que lo que debía confesar a su marido...


*

- Te he dicho que no, Joan, si mis padres salieran en ese momento nos caería una buena bronca. Esperemos a que sea un poco más de noche...

- Pero Xavi... Ya habíamos quedado ¿no? Tenemos que averiguar qué hay al otro lado del muro. Seguro que aún queda alguno, hace frío y no creo que se hayan vuelto desde anoche. Anda, no seas cobardica...

La noche anterior, los dos niños se habían reunido en el jardín de la casa de Xavi. Rosa lo cuidaba durante casi todas sus horas libres. Había días que ambos habían ido a buscarla y no la encontraron. Invariablemente, en esas ocasiones, ella alegaba que estaba en la parte del fondo o que había salido sin que ellos la vieran. Durante años la habían creído... pero ya hacía meses que se preguntaban si no estaría mintiendo.

- Joan, eres un exagerado, no puede ser que mi madre sea una extraterrestre. ¡Me habría dado cuenta!

- Ya, tú siempre chafándome las ideas. A ver... ¿no viste anoche la extraña luz que venía del fondo del jardín? Y cuando fuimos tu madre había desaparecido. Así que no me vengas con tonterías. Tenemos que ir a investigarlo.

- Mira que nos la jugamos... -Xavi no paraba de pensar en el castigo que podría asignarle su madre si fastidiaban alguna de sus plantas.

- Tendremos cuidado y si rompemos algo, lo quitamos y ya -Joan no estaba dispuesto a perder la oportunidad.

Xavi tenía una imaginación menos desbocada que Joan, al menos en lo que se refería al jardín de su madre, quizás porque creció (a diferencia de su amigo) con la prohibición calada hasta los huesos. Era el dominio de Rosa, su capricho y no permitía que nadie, ni su marido, lo pisara más allá de la fuente y los rosales que lo partían en dos zonas: la cercana a la casa y,como tal, parte de todos, y el resto, su pequeño mundo.

- Algo esconde en el fondo, Xavi, y tú opinas igual que yo. ¿Y si al otro lado del muro está la nave espacial?

- Al otro lado del muro está el jardín de la casa amarilla, Joan, y tú lo sabes.

- Por eso, en esa casa no vive nadie, estoy seguro que utiliza el jardín para algo.

- Pues ya me dirás cómo entra...

- No me vas a convencer, Xavi, ahí hay árboles suficientes, enredaderas y hiedras que tapan el muro. Tiene que haber algún pasadizo...

- Tu yaya tiene razón, esa imaginación tuya un día te va a dar un disgusto.

Pero Xavi siempre cedía ante la insistencia de Joan, en realidad a él también le picaba el gusanillo de la curiosidad, así que acompañó a su amigo hasta el lugar prohibido en una rápida carrera, rezando para que sus padres no los descubrieran "Como me quede sin ir al cine mañana, me las pagas, Joan"

El trayecto les resultó más largo de lo que era por el temor a ser descubiertos. Pero ya estaban allí, rebuscando entre los colores rojizos y ocres del otoño. Palpaban con las manos heladas el muro, cada uno en sentido contrario al otro "Acabaremos antes -había indicado Joan"

- ¡Aquí! -gritó Xavi. Joan, hay una puerta... -susurró inmediatamente recordando que sus padres estarían en la casa.

Había una puerta de acceso y la llave estaba puesta.

- Mira que tu madre... dejar la llave puesta...

- Claro, ella está segura que nadie vendrá por aquí.

Y pasaron al otro lado...

Lo primero que vieron les dejó con los ojos extremadamente abiertos y sin palabras. El jardín de la casa amarilla, era de una belleza insospechada. El muro que lo rodeaba era algo más alto que el anterior y un camino de baldosas unía la puerta con la casa. Todo estaba cuidado, como el de Rosa, en contraste con lo que se veía de la casa, que no mejoraba en absoluto la imagen de la entrada principal.

- Vaya... tu madre debe cuidar también este jardín -dijo Joan decepcionado. Pero ni rastro de la nave...

- ¿Ves? Ya te lo decía yo... Ahora vámonos antes que mi madre nos pille.

- Espera... ¿qué eso que se ve un poco más adelante? En el suelo...

Joan echó a correr sin esperar a su amigo. El corazón le latía frenético e innumerables preguntas se iban agolpando en su mente mientras se acercaba.

- ¡Es Pipo! ¡Xavi! ¡Es Pipo!

Se dejó caer de rodillas junto al peluche, el perro que perdió hace años y que tanto le hacía recordar a sus padres. Y lloró con él abrazado mientras Xavi, de pie junto a él, no sabía qué decir para consolarlo... ni se imaginaba cómo había llegado Pipo hasta allí.

Ya no había naves espaciales en su mente, ni recordaba por qué estaba allí... Joan sólo podía pensar en que había encontrado a su peluche y le daba igual que su amigo dijera que era una nenaza, no podía controlar sus emociones.

Pero alguien más veía la escena... Alguien que se ocultaba tras la persiana ajada por el tiempo del primer piso.

Elu

miércoles, 2 de junio de 2010

Tras la cortina (I)




Era un arco de imitación, de esos que parecen decir "quiero pero no puedo". Hubiera podido pasar como uno de piedra natural mirado desde una distancia prudencial si no hubiera sido por la sucia persiana metálica que lo ensalzaba hasta la más decadente mediocridad. La fachada no se libraba demasiado, los desconchados del lucido, apenas cubiertos por un tono vainilla dejaban traslucir la humedad que exudaba la casa... Una casa de ventanas pequeñas y portalón grande.

"Entra, sube, una vez aquí no podrán verte y poco tienes que ver"

- ¡Abuela! La casa amarilla llora.

- ¿Qué dices Joan? Un día, esa imaginación tuya te llevará demasiado lejos.

- ¿Lejos de ti yaya?

- Lejos de todo, ¡así que pon los pies en tierra!

Joan era un niño de nueve años con los ojos pequeños y de un intenso y vivaz azul. Un niño que se perdía en sus sueños, que no veía la televisión porque con sus libros y su pueblo ya tenía bastante para vivir sus propias aventuras. Vivía con su yaya Asunción que le relataba, a petición suya, la historia de sus padres que murieron en un trágico accidente cuando viajaban de vuelta a casa con un regalo para él.

- Yo no quería regalos, yaya... yo les quería a ellos.

- Anda Joan... pero si eras muy pequeño. ¿Cómo vas a acordarte? Además, sólo tienes que recordar a Pipo, nunca te separabas de él... aún tienes su fotografía en la mesilla de noche, aún la miras y pones carita de añoranza.

- Sí, y desapareció… como ellos.

- Siempre creí que alguno de tus amiguitos te lo cogió, era muy bonito y ellos muy envidiosos -la señora Asunción no sabía cómo lograr que el pequeño olvidara a sus progenitores.

- Da igual, ahora soy mayor para perritos de peluche. Por cierto abuela, ¿cuando tendré uno de verdad?

Ya se había liado. La buena mujer siempre terminaba en el mismo punto. Y es que ya era todos los días que Joan le pedía un perro y ella, poco amiga de animales domésticos, no sabía qué decir para quitárselo de la cabeza.

- Bueno... ya sabes que no puedo hacerme cargo de él, y tú estás mucho tiempo fuera entre el cole y las tareas. Por cierto, ¿has ido al forn? la comida está casi preparada y no te gusta comer pan del día anterior. Así que, anda, ve ya o cerrarán la panadería.

Joan miró a su abuela. Quiso decir algo, pero sabía que no era el momento de insistir. Siempre se ponía triste cuando hablaban de sus padres, y él sólo quería saber la verdad… Porque nunca se creyó la historia que le contó.

Era un frío sábado de Noviembre, de esos que muestran el invierno que parece permanecer al acecho para surgir mientras sopla al oído su "no te olvides, ya llego". La calle estaba solitaria, sólo los perros hambrientos pululaban por las esquinas y los gatos se escondían bajo los coches, más buscando el calor de unos motores aún tibios que escapando de los caninos poco dados a enfrentamientos.

- Qué malo es tener hambre -se dijo en alto Joan, al que sus tripas le avisaban que ya era la hora de darles su ración.

Y mientras, tras la cortina de la casa amarilla, alguien le veía caminar, alguien que se ocultaba tras los visillos, mudo testigo de esos ojos que aún no sabían, y que debían permanecer así.


Elu